G.K. Chesterton | 28 de junio de 2021
La razón por la que la dictadura bolchevique pudo surgir tan de repente y con éxito en las ciudades rusas, es porque el espíritu de las grandes ciudades modernas está mucho más cerca de ello de lo que la gente piensa.
17 de enero, 1925
Recientemente tuve ocasión de decir, con respecto a otra característica del periodismo, que mucho periodismo es antediluviano. No pretendía hablar irrespetuosamente de los monstruos antediluvianos; al fin y al cabo, el Arca era antediluviana, solo que también consiguió ser postdiluviana. No abusaré del paralelismo entre el Diluvio y la Gran Guerra, aunque pueda ser sugerida una simpática parábola sobre tipos sociales entrando en el Arca de dos en dos -dos millonarios, dos prestamistas, dos políticos, hombre y mujer-. La historia no necesita ser expuesta. Pero en cualquier caso, dije en relación con esto que el periodismo estaba demasiado preocupado por «el socialismo antes que el bolchevismo, el parlamentarismo antes que por el fascismo, y el imperialismo antes que por la aviación».
Un crítico se quejó de esto, alegando que en su propio periódico ya había tratado el bolchevismo, sin omitir el fascismo, y que había aludido muchas veces a la aviación. El mismo escritor se opuso a cualquier referencia hecha al señor Shaw o al señor Wells, por ser figuras demasiado venerables y victorianas para su propio gusto futurista y fantástico. En realidad, yo no hice ninguna referencia particular al señor Shaw o al señor Wells; pero me hizo gracia, porque el artículo en cuestión nunca me habría sorprendido más que uno que contuviera nada menos que las ardientes novedades de Michael Arlen o James Joyce. Pero deduzco que este artículo concreto debe de haberse extendido e ido de fiesta por la ciudad mientras que nosotros tres, viejos victorianos, estábamos en la cama.
Pero, tocando el tema de los prejuicios prebélicos sobre la prensa, creo que el crítico no ha entendido el punto clave. Cuando dije que nuestros periodistas tratan con el socialismo antes que con el bolchevismo, no me refería exactamente a que no había caminado por este valle de lágrimas hasta el año 1924 sin haber escuchado nunca la palabra «bolchevique».
Cuando dije que trataban el Imperialismo antes que las nuevas condiciones de la aviación, no me refería a que nadie excepto yo hubiese visto jamás un avión. He visto la palabra bolchevismo, esa rara y destacable frase rusa, impresa en los periódicos; de hecho, la he visto demasiado para mi gusto. Sé que se han observado aviones últimamente; incluso he visto fotografías de estos en los periódicos ilustrados. A lo que me refería es, no a que el periodismo no trate estas cosas, sino a que no trata la verdadera forma en que han cambiado el mundo. Habla del bolchevismo exactamente igual que como hablaba del socialismo. No contempla el verdadero cambio que el bolchevismo ha provocado en el socialismo.
Del mismo modo, el periodismo sabe que ya tenemos un servicio aéreo, así como el ejército y la marina; pero no se da cuenta de cuánto ha afectado a nuestro ejército y nuestra marina -sobre todo a nuestra marina-. Todavía habla de ello como si la posición imperial e internacional de Inglaterra fuera simplemente la de uno de los grandes imperios marítimos comerciales como Cartago o la Venecia medieval. En pocas palabras, sabe que tenemos un arma más, pero apenas aprecia que tenemos un arma menos.
Tomemos como ejemplo el caso del problema bolchevique. La verdadera lección de la historia rusa es justo lo contrario de lo que siempre se ha dicho. El verdadero argumento en contra del bolchevismo es el opuesto al viejo argumento en contra del socialismo. Los hombres pueden, sin duda, haber abandonado más o menos, sin saber por qué, el viejo argumento de la irrealidad. Me refiero a la antigua visión de que el comunismo es una utopía demasiado buena para este mundo; que es algo precioso e ideal que lamentablemente no puede suceder. De hecho, es algo muy real y horrible que sí ocurre. No es, como los anti-socialistas solían decir, algo que pueda, o no, venir en miles de años, cuando el mundo sea lo suficientemente bueno. Es algo que puede venir de repente, porque el mundo es suficientemente malo. Pero no saben por qué puede venir de repente. No saben qué es malo. Es posiblemente la única cosa que creen buena.
La ciudad industrial ha recorrido tres cuartas partes del camino hacia el socialismo sin saberlo. Por eso es un lugar tan desagradable
El peligro reside en aquello que creen más respetable -básicamente la riqueza. La razón por la que la dictadura bolchevique pudo surgir tan de repente y con éxito en las ciudades rusas, es porque el espíritu de las grandes ciudades modernas está mucho más cerca de ello de lo que la gente piensa. En otras palabras, el capitalismo y el comunismo son bastante parecidos, especialmente el comunismo, como dijo el irlandés. Se parecen, porque ambas imponen una centralización impersonal y la acumulación de grandes masas de riqueza sobre vastas y difusas áreas. Lo que verdaderamente contradice al comunismo no es el capitalismo, sino la pequeña propiedad de un granjero o de un humilde tendero. No lleva mucho transformar una tienda grande en un departamento de Estado, es casi más una cuestión de formas oficiales. Transformar una pequeña granja en una granja estatal puede requerir una guerra civil: ya que eso es desterrar la independencia y el individualismo del campesinado.
Todo esto fue, por supuesto, ilustrado vivamente en las posteriores fases de la Revolución Rusa. En verdad, Trotski y su camarilla apelaron al capitalismo ordinario para acudir al rescate del nuevo comunismo. Lenin dijo, con una admirable claridad y sinceridad intelectual: «Rusia es de nuevo un país capitalista.» Y él o uno de sus amigos añadió, según creo, esta suprema y significativa frase: «El capitalismo es incluso mejor que el medievalismo.» Por medievalismo se refería a la antigua tradición moral que convivía con la antigua religión, en la que la casa de un hombre debía ser la suya propia y en la que no había problema en que un granjero estuviera orgulloso de su granja. Para destruir ese verdadero sentido de propiedad privada, de una propiedad que es verdaderamente privada, los dictadores bolcheviques se sirvieron de los métodos de los negocios y capitales extranjeros; podemos afirmar sin miedo que ante la resistencia del campesino particular, el bolchevismo y los grandes negocios son lo mismo.
Este es uno de los ejemplos diferenciadores del bolchevismo en la práctica y el socialismo en la teoría. Pero nunca he visto periódicos que proclamen esta enseñanza. Nunca he visto que el Daily Mail prevenga a los hombres de cuidarse del capitalismo, ya que este allana el camino al comunismo. No me parece que el Times haya hecho sonar la alarma contra los bancos y los banqueros; y aun así, en términos estrictamente individualistas, un banco es mucho más impersonal que un sóviet. No me parece que el Spectator haya hecho llover fuego desde el cielo sobre los empresarios porque los métodos comerciales nos estén acercando cada vez más al bolchevismo. Todo esto queda pasado por alto, porque los hombres no pueden deshacerse de su costumbre anterior a la guerra de concebir el socialismo como algo infinitamente idealizado e infinitamente distante. Incluso cuando lo sienten cerca de nosotros en la práctica, todavía lo perciben como infinitamente remoto en la teoría. Puede asustarlos como una realización material, pero no como una conclusión lógica. No ven que está muy cerca de sus hábitos actuales y no meramente de sus pesadillas ocasionales.
Voy a dar un ejemplo acerca de lo que me refiero. Cuando hay algún peligro de huelga en el tren o en el metro, hay una constante inhibición en todos los órganos de la prensa, pero especialmente en los que se especializan en las denuncias al socialismo. Se dice una y otra vez: «El público tiene sus derechos en esta situación; los huelguistas no tienen derecho a importunar al público; deben cumplir su deber para con él,» y demás. Todos los periódicos antisocialistas usan este argumento; y ninguno de los periódicos antisocialistas ven que ese argumento conduce directamente al socialismo. Si los trabajadores debieran servir exclusivamente al público, deberían ser funcionarios públicos.
La verdad es que la construcción y el sistema de una ciudad moderna es algo muy socialista e incluso muy comunista. De alguna manera, es mucho más fácil y natural aplicarles teorías comunistas que teorías individualistas. Y los periódicos capitalistas sí que les aplican teorías comunistas. La ciudad industrial ha recorrido tres cuartas partes del camino hacia el socialismo sin saberlo. Por eso es un lugar tan desagradable. Y también por eso un choque o un pequeño golpe de Estado ha podido instaurar una dictadura bolchevique sobre las ciudades rusas; así como que las ha llevado a una paralización ante la amenaza de una guerra civil en los campos rusos. Pero, sobre todo, es por eso que cuando más ciegos están nuestros periodistas, es cuando no paran de gritar día y noche acerca del peligro del bolchevismo.
Proclaman que la revolución va a ser tan grande que nos va a tragar en el terrible sistema de Trotski. Lo que deberíamos más bien considerar es cuán pequeña necesita ser la revolución para transformar nuestro mundo en el de Trotski. Todos tenemos la centralización, la elaboración, toda la excusa. Ya tenemos una maquinaria comunitaria; es casi una cuestión de presionar un botón o darle a una palanca en una oficina central. No debemos tener miedo de un gran cambio. Lo que debería llenarnos de terror es ese minúsculo e invisible cambio. En una palabra, sería mucho más fácil transformar un estado moderno empresarial en uno bolchevique antes que en uno de verdadera libertad y propiedad. A eso se refieren los que dicen que nuestro ideal de libertad y propiedad es imposible. Y si es imposible, entonces no hay duda de qué es lo inevitable.
José María Faraldo, autor de «Las redes del terror», analiza la creación y el desarrollo de la policía secreta comunista.
El autor de Historia del comunismo afirma que esta ideología «ha sabido hacer una propaganda tal que cualquier persona que se declare marxista parece un intelectual de gran talla, mientras que todo el que critique al marxismo es un reaccionario».